martes, 18 de octubre de 2011

El Rais, la lucha sigue viva


Los últimos acontecimientos que se centran en la histórica tierra de Palestina hacen obligatorio recordar a un hombre que regaló su vida para conseguir que la patria de Ibrahim estuviera en paz.
Yasser Arafat murió sin cumplir un sueño, ver a su amada Palestina libre de sus ocupantes. Hace escasos días, Mahmud Abbas, pidió ante la ONU que Palestina fuera reconocida como estado miembro de pleno derecho, un lugar donde las bombas se cruzan con las piedras y rinden homenaje a una guerra sin fin.
Yasser Arafat nace en Egipto en 1929, tras el exilio de sus padres palestinos. El penúltimo de 7 hermanos, a los 4 quedó huérfano de madre, y marchó joven a la tierra prometida: Jerusalén, de la que se vio obligado a salir años más tarde. Su historia no puede entenderse sin entender la de Palestina, y viceversa. Le dedicó su vida y murió por ella.
Aún adolescente, Arafat vuelve sólo a su tierra de origen, que es a la vez cárcel y paraíso. Allí se contagia de los deseos libertarios, del amor por la gente que se ve exiliada en su propia tierra desde que Theodor Heltz instara a los judíos a apoderarse de Sión (Israel), ya que en sus palabras “serían hombres libres de nuevo”.
Tras graduarse como ingeniero civil, su preocupación se centra en la política. Se acerca al conocimiento de las religiones, conversando con sionistas y musulmanes para comprender mejor su causa, especialmente después de que los británicos abandonaran Palestina dividiéndola en dos. Sin embargo, el estado palestino nunca vio la luz del día. Aquí comienza la lucha sangrienta e indefinida entre palestinos y judíos que un día vivieron en armonía en el sagrado lugar bíblico.
Yasser se ve obligado a refugiarse en Gaza y, tras su expulsión del Egipto de Nasser, se dirige a Kuwait donde fundará con otros exiliados palestinos la que con el tiempo se convertiría en Al Fatah, el brazo de resistencia armada de Palestina. Lo liderará y conducirá para intentar conseguir la liberación del territorio ocupado.
Tras pasar a la clandestinidad, es nombrado presidente de la OLP y nombrado también, por la Liga Árabe, único y legítimo representante del pueblo palestino, que luego sería admitido por ésta como miembro. Mientras tanto, Israel iba comiendo territorio palestino expulsando a sus legítimos habitantes. Arafat no soportaba lo que consideraba una injusticia y pronunció un discurso en el día de conmemoración de la Naqba en 2003 donde dijo: “Fares 'Ouda, el muchacho que desafió un tanque con una piedra y cayó como un mártir por la causa de los lugares santos, la patria, y la libertad. La verdad palestina exclama hoy. Está tan claro como el sol a lo largo del mundo y nadie la ignorará”.
Sufrió la desdicha de la tierra prometida donde convergen las tres religiones. Violada y robada. Quiso combatir las balas mediante la palabra. Vivió la Guerra de los Seis Días, las Intifadas, los acuerdos de paz, el exilio y la expulsión. Se casó con una mujer cristiana ortodoxa, con quien tuvo una hija, y Adolfo Suárez fue el primer político occidental que le recibió como presidente de la OLP.
Renunció al terrorismo, reconoció Israel como Estado y defendió un proceso de paz con su homólogo israelí, Isaac Robin, que costó la vida a este último. En 1994, Arafat y Simon Péres recibieron el Premio Nobel de la Paz por su mediación en el conflicto de Oriente Próximo. En 1996 fue nombrado presidente de la Autoridad Nacional Palestina. En sus últimos días obtuvo una particular victoria después del asedio al que le sometió el ejército israelí en Ramala. Tras pasar días encerrado en su cuartel general, consiguió salir a la calle custodiado por cientos de activistas pacíficos hasta la Basílica de la Natividad, donde escapó en helicóptero.
En 2004 se trasladó a un hospital militar de París por un empeoramiento repentino de salud. Allí murió a los 75 años. No sabemos certeramente las causas del fallecimiento ya que no se le practicó autopsia alguna.

Un pañuelo de cuadros en todo momento cubre su cabeza. El símbolo de la victoria creado con sus dedos. Luchador incansable. Buscador infinito de la paz. Muerto en extrañas circunstancias. Lejos de su gente, lo dio todo por Palestina, la tierra que le vio crecer. Su origen. Hoy continúa vivo para los que sueñan con un estado palestino dueño y señor de sus tierras, para los que quieren ver destruido el muro de la vergüenza que separa a padres e hijos, que impide el progreso y la reconciliación. Para los que quieren recuperar su tierra, que en árabe significa dignidad. Tenía esperanza y en 1974 dijo ante la Asamblea General de la ONU: “Vengo con el fusil del combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga”.

Lucía El Asri.

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